Carreteras.

>> miércoles, 2 de junio de 2010

Me encantan las carreteras en primavera, ir por ellas despacito, con las ventanillas bajadas y notar como el aire fresco y perfumado con los aromas del campo entra en el coche. Es cuando reduzco la velocidad y me dedico a escuchar los sonidos, o la carencia de ellos en contraste con el ruido del motor, a observar de una forma más detenida esas manchas rojas de amapolas que tapizan el verde de los campos.
Me gustan esas carreteras que no tienen arcén y las líneas casi están pintadas en la hierba que crece en las cunetas. Son poco transitadas, normalmente unen dos pueblecitos y la autopista hace tiempo la convirtió en una línea grisácea por la que apenas discurren coches y en la que el ruido de aquellos días, ya calmado, el viento disipó, pero aún parece flotar sobre el asfalto que corta y contrasta con las distintas tonalidades de verde. Hoy relegada a los pocos que no les queda otro remedio que usarla o a los que, como yo, no tienen tanta prisa como para meterse en la autopista, melancólicos que encuentran en ellas el recuerdo de viajes en primavera, oliendo a campo recién estrenado o, en verano, escuchando el sonido de las cigarras y notando el calor que secaba el ambiente. Por suerte, a los que las usamos, estas carreteras nos descubren un mundo de colores y olores que engancha y compensa la lentitud del viaje.

4 Pasearon y charlamos:

Pilar 2 de junio de 2010, 22:09  

Me gusta como cuentas las cosas. Mientras te leía has conseguido que hiciera un corto viaje por una de esas carreteras de montaña.

Yo recuerdo una carretera así.
De repente se estrechaba para bordear un pequeño valle describiendo suaves curvas. Cuando se llegaba al final las curvas se iban cerrando haciendo interminables eses y comenzaban a subir una colina escondiéndose entre los pinos... el sol se colaba entre las ramas jugando con las luces y las sombras. Y desde lo más alto, un claro permitía ver la carretera serpenteante que acababamos de recorrer.
Había hecho ese viaje tantas veces que ya conocía cada métro, cada curva, cada rincón donde poder parar el coche y quitarle la capota.
Ahora han arreglado la carretera. Hay un nuevo trazado y el viaje se hace más rápido, pero ha perdido gran parte de su encanto.

LA ZARZAMORA 3 de junio de 2010, 7:35  

A menudo es necesario tomarse ese tiempo. Reducir la velocidad y perderse por esas carreteras. Oler, sentir y apreciar el instante.

Besitos, Santi.

Anónimo 4 de junio de 2010, 12:31  

Sobre todo son geniales cuando entra tol polen en el coche y te empiezan a picar los ojos, los estornudos no te dejan ver y los mocos no te dejan respirar... jajajajaja. Por cierto, mu weno el disco del post anterior.
Muchos besos wapo y muchas gracias por tus coments (ya toy mucho mejor y aunque no escriba ya voy volviendo por estas calles vacias tan llenas... ) Besazooooooooooossss

Nuria 16 de junio de 2010, 22:03  

Yo trabajo a veinte km de mi casa, y circulo por una carreterita así a diario.

A veces me paro un rato, a mirar amapolas o a ver una puesta de sol.

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