Los caraduras también comen.
>> viernes, 7 de noviembre de 2008
Hay veces que la vida te da unas cartas muy chungas y no hay dios que las juegue y gane con ellas, por eso en este mundo tiene que haber de todo y para que haya ricos, por desgracia, tiene que haber pobres. Pero ahora se han perdido las formas y el ser pobre ya no es lo que era, que bien se puede ser pobre, pero con dignidad y respeto, propio y ajeno.
Yo no soy hombre de bares, pero desde hace un tiempo suelo desayunar en el de un gran amigo mío, David, lo de gran es por el mutuo cariño que nos une y por su inmensa humanidad, 130kg mal contados de humanidad. Y es así de grande porque en vez de corazón tiene un tractor. Pero nunca ha soportado que le tomen el pelo.
El suyo es un bar de barrio, clientes asiduos, la iglesia enfrente, el colegio a un lado…un bar como el de cualquier calle de cualquier ciudad. En la cocina él y en la barra su mujer Maite, que cuando nació rompieron el molde, trabajadora, inteligente, esposa y madre. Pues eso, como decía, no todos, pero muchos días desayuno en compañía de mis amigos y uno de esos días entra un individuo, no tenia formas de pobre sino de caradura, se sienta y se mete entre pecho y espalda media barra de tapas, mojadas con varias cañas y como colofón un cafetito con chinchón. Cuando llega la hora de pagar, se levanta y tranquilamente intenta tomar las de Villadiego, Maite que ha vivido mucho y desde hacía un rato se olía la tostada, se acerca y le dice que se olvida de pagarle, a lo que el tipo, al sentirse fuerte ante una mujer, responde que no, que no se olvida sino que, como no tiene dinero pero si hambre, no va a pagarle lo que ha comido. Ella, que lleva mucha barra encima y sabe cuando alguien es capaz de ponerse agresivo ante una mujer, llama a David, que hasta entonces había estado en su cocina. Cuando el recién alimentado ve salir por la puerta esa inmensa humanidad, su cara cambia y empieza a pensar que quizá no ha sido tan buena idea exigir en vez de pedir, pero que poco le pueden hacer.
Mi amigo, con la tranquilidad que te da más de media vida de cara a todo tipo de clientes, le ofrece la posibilidad de saldar su deuda de algún modo y este, que pese a haber saciado su hambre, no con un bocadillo y agua, que en esas mi amigo no habría dicho ni mu, sino con lo que le ha apetecido incluido café y copa, rehúsa de no muy buenas maneras. Como he dicho antes, pese a tamaño corazón, no soporta que le tomen el pelo y le ofrece que se lo pague en textil, cosa que el alimentao también intenta rehusar, pero al primer amago de tortazo a mano abierta, mano que parece un muestrario de morcillas de burgos, se lo piensa mejor y comienza a desprenderse de la ropa para ir saldando la deuda. David como si fuera un experto tasador va valorando la ropa que lleva encima y al final termina por dejarlo con unas deportivas y el calzoncillo. Total que a la salida debió pensar que la próxima vez que entrara en un bar a hacer eso, miraría a ver si había armarios roperos en el frente, no sea que la siguiente se la cobraran de otra manera.
Yo no soy hombre de bares, pero desde hace un tiempo suelo desayunar en el de un gran amigo mío, David, lo de gran es por el mutuo cariño que nos une y por su inmensa humanidad, 130kg mal contados de humanidad. Y es así de grande porque en vez de corazón tiene un tractor. Pero nunca ha soportado que le tomen el pelo.
El suyo es un bar de barrio, clientes asiduos, la iglesia enfrente, el colegio a un lado…un bar como el de cualquier calle de cualquier ciudad. En la cocina él y en la barra su mujer Maite, que cuando nació rompieron el molde, trabajadora, inteligente, esposa y madre. Pues eso, como decía, no todos, pero muchos días desayuno en compañía de mis amigos y uno de esos días entra un individuo, no tenia formas de pobre sino de caradura, se sienta y se mete entre pecho y espalda media barra de tapas, mojadas con varias cañas y como colofón un cafetito con chinchón. Cuando llega la hora de pagar, se levanta y tranquilamente intenta tomar las de Villadiego, Maite que ha vivido mucho y desde hacía un rato se olía la tostada, se acerca y le dice que se olvida de pagarle, a lo que el tipo, al sentirse fuerte ante una mujer, responde que no, que no se olvida sino que, como no tiene dinero pero si hambre, no va a pagarle lo que ha comido. Ella, que lleva mucha barra encima y sabe cuando alguien es capaz de ponerse agresivo ante una mujer, llama a David, que hasta entonces había estado en su cocina. Cuando el recién alimentado ve salir por la puerta esa inmensa humanidad, su cara cambia y empieza a pensar que quizá no ha sido tan buena idea exigir en vez de pedir, pero que poco le pueden hacer.
Mi amigo, con la tranquilidad que te da más de media vida de cara a todo tipo de clientes, le ofrece la posibilidad de saldar su deuda de algún modo y este, que pese a haber saciado su hambre, no con un bocadillo y agua, que en esas mi amigo no habría dicho ni mu, sino con lo que le ha apetecido incluido café y copa, rehúsa de no muy buenas maneras. Como he dicho antes, pese a tamaño corazón, no soporta que le tomen el pelo y le ofrece que se lo pague en textil, cosa que el alimentao también intenta rehusar, pero al primer amago de tortazo a mano abierta, mano que parece un muestrario de morcillas de burgos, se lo piensa mejor y comienza a desprenderse de la ropa para ir saldando la deuda. David como si fuera un experto tasador va valorando la ropa que lleva encima y al final termina por dejarlo con unas deportivas y el calzoncillo. Total que a la salida debió pensar que la próxima vez que entrara en un bar a hacer eso, miraría a ver si había armarios roperos en el frente, no sea que la siguiente se la cobraran de otra manera.
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