Recuerdos.

Ayer estaba viendo la tele, puñetera tele…., cuando salió un anuncio, el de la gula y me vino a la cabeza el que sacaban el año pasado para las navidades, seguro que este año hacen alguno parecido. En el del año pasado salía la Sardá hablando con la vecina, esta decía que ella había hecho faisán y no sé cuantas cosas más y la Sardá la miraba como si fuera un ser superior y presumía que ella había dado a la familia la gula y a correr millas. Ya entonces me pareció patético, pero como me ha venido a la mente ahora, os lo escribo.

Recuerdo las navidades de hace más de treinta años, cuando era pequeño, en casa de mis abuelos toda la familia, ya solo unos primos eran 5 hermanos. En el salón mantel de hilo en la mesa, mantel que no se sacaba el resto del año, era el de navidad, si lo manchabas ya tenias a toda la familia mirándote, copas de cristal que tenían más años que todos los que cenábamos juntos, la cubertería buena y vajilla blanca, la calefacción luchando por fundirnos a todos, en el aire, olor a los guisos de navidad, cocina más elaborada, a tradición. En la cocina mi abuela, mis tías y mi madre cocinando la típica cena con su sopita, el cardo con almendras, capón relleno o pularda…, había una gran mesa en la que ponían las fuentes con lo que nos íbamos a comer, cuando se descuidaban, con la excusa de mover la leña del fogón, la cocina era de leña, y de coger algunas castañas que nos ponían encima, en un lado, justo debajo del tiro, intentábamos a la salida saquear las fuentes. En el salón los turrones encima del aparador, custodiados por los hombres, para que los pudiéramos ver pero no tocar, el reloj de cuco, traído por mi tía en uno de sus viajes, marcaba las horas, la tele, en blanco y negro, apagada porque era mejor hablar que mirarla… Los hombres arreglando el mundo, cortando los turrones y colocando o más bien poniendo encima de la mesa la vajilla, que después tenían que ordenar mis tías o mi madre. Mis primos mi hermana y yo, en el recibidor jugando con lo que encontrábamos, escondiéndonos bajo la cama de los abuelos, que la recuerdo enorme y altísima con su colchón de lana, o rebuscando tesoros de cuando la guerra, como la máscara de gas, o un gorro de aviador con unas gafas que a saber de donde salieron y que hoy no sé donde fueron a parar, o adelantando horas del reloj de cuco para que saliera el pajarillo y sujetarlo con los dedos, siempre al tanto de que no viniera mi abuelo con el cinturón a perseguirnos, que siempre hacía amago de quitárselo, y que jamás llegó ni a desabrochar, pero que solo el gesto nos hacía salir corriendo entre gritos y risas. Llegaba la hora de la cena y la mesa parecía la de un cuento.

Ahora, en los anuncios, en concreto en este de la gula, sale un salón minimalista con unos platos de diseño, todo muy aséptico. En la mesa cuatro y la tele al fondo, los mendas comiendo gulas con guindillas, no te jode, eso para la cena de navidad, puede que ya no se lleve ni la navidad ni el estar en familia, pero qué recuerdos puede tener, hoy por hoy, un niño de algo tan entrañable como la Navidad o la Nochevieja, olvidando el tema religioso, que en el caso de la Navidad es imposible, pero haciendo un grandísimo esfuerzo, olvidemos las connotaciones religiosas y cojamos solo el estar en familia, ¿su familia abriendo un paquetito de gulas y calentándolo en la sartén? ¿Abriendo las cajas de “Mc Donal” o el “Borriquin”? Los abuelos en la residencia, la tele con cualquier petardo/a de gran hermano o el novio de la de Alba. Peazo de cena…, y gran recuerdo.